Observando lo que sucede a mi alrededor y en mí también, puedo notar el aire una cierta vorágine, mucha actividad, propuestas de todo tipo para entretenernos, hacer actividades, no aburrirnos.
Por una parte, me parece fantástica esta capacidad que tenemos de ser creativos y reinventarnos. Por otra, me parece también importante no dejarnos llevar por esta ansia de querer hacer cosas, hasta llegar al punto de agobiarnos.
Y he caído en la cuenta de que estamos en lo mismo de siempre: llenar un vacío.
Llenando el día y la agenda de actividades.
Haciendo nuevas listas de cosas por hacer, esta vez en casa.
Pasando mucho tiempo delante de las pantallas.
Haciendo…
Haciendo…
Haciendo…
No sé vosotros, pero siento una profunda necesidad de parar.
De reemplazar el hacer por el ser y estar.
De aburrirme.
De entregarme plenamente a este vacío.
El vacío creador.
Y me acuerdo de mi estancia en el Plum Village de Thich Nhat Hanh, en Francia.
Hay un planning para cada día de la semana.
Y hay un día que llaman el Lazy Day.
El “día perezoso”, traducido literalmente.
Wu Wei, para un taoista.
Es un día de descanso, un día para no hacer nada.
Este día, no hay planning.
Por la mañana te dan la comida del mediodía en un tupper, y cada uno pasa el día como quiere. La consigna: no tocar un ordenador ni un móvil, estar en silencio, comer en silencio, pararse unos minutos cuando escuchamos la campana.
No hay ninguna obligación. Es una propuesta, un compromiso con una/o misma/o.
Recuerdo que este día, me pasé horas contemplando el corazón de una flor de loto, hipnotizada por su belleza y su color amarillo potente.
Es una práctica que hicimos también en la formación de Mindfulness para niños.
Es una práctica habitual en Mindfulness.
Una práctica indispensable.
Para transmitir paz, la tienes que sentir en ti.
No hay otra.
Aquí va mi propuesta para cualquier domingo o festivo del año.
Olvidarte del ordenador, la tablet o el móvil.
No tener ninguna tarea o actividad programada.
Estar con tus seres queridos Y contigo a la vez.
Pasar el día en silencio.
Escuchar el silencio.
Pararte a sentir tu respiración.
Meditar, si te sale.
Escuchar lo que te susurra tu cuerpo.
Seguirle.
Descansar.
Bailar, cantar, si te lo pide el cuerpo.
Caminar lentamente.
Contemplar.
Ser.
Simplemente ser.
Entregarte al vacío.
Estar presente en el aquí y ahora.
Y observar lo que surge.
Sin juzgar.
Si estás con tus hijos en casa, quizás puedes proponerles de hacer al menos una comida en silencio, saboreando cada bocado, masticando, oliendo. Si son pequeños, se les puede plantear como un juego divertido .
Más que nunca, necesitamos sentir paz y serenidad en nuestros corazones.
¿Lo probas y me cuentas cómo te ha ido?