Seguramente muchos de vosotros habéis oído hablar del yoga para niños. Incluso muchos habréis llevado a vuestra hija o vuestro hijo a una clase o habréis disfrutado de una clase con ellos, en familia. Hay muchas personas que practican el yoga, muchísimas que saben lo que es, otras que solamente conocen la palabra. A casi todo el mundo le suena el yoga.

En cambio, ¿quién ha oído hablar del chi-kung? Y ya si lo escribimos “qi-gong”…

El chi… ¿qué? 😉

¿Cuántos lo practican? ¿Y cuántos pocos llevarían a su hijo o su hija a una clase de chi-kung para niños o se apuntarían a una clase de chi-kung en familia?

El chi-kung (o qi-gong) es un arte energético de salud y de longevidad practicado en China desde hace miles de años, y forma parte de la medicina china. En pocas palabras, cuando practicamos chi-kung, realizamos movimientos lentos, armoniosos y rítmicos, acompañados por la respiración y la concentración. Su práctica regular contribuye a restablecer la armonía en el cuerpo y la mente, estimular la circulación de la energía y el funcionamiento de los órganos, reforzar la estabilidad y el equilibrio, relajarse y gestionar mejor las emociones.

Ahora, para niños, es otra historia… Ellos tienen una energía “yang”, es decir activa, de crecimiento y movimiento, que hay que respetar. Si les hiciera hacer movimientos lentos y armoniosos durante toda la clase, se marcharían o se pondrían a hacer otra cosa. Y adiós a la armonía… ¡Así de sinceros son los niños!

Las diferencias entre el yoga y el chi-kung para niños he visto que residen en la forma (posturas, sonidos, música de relajación y objetos que provienen de la India para el yoga y de la China para el chi-kung, etc.). Por lo que se refiere al fondo, considero que los objetivos y los beneficios son similares: es una manera divertida de mejorar la conciencia corporal, la orientación en el espacio, la coordinación física y mental y el equilibrio, de identificar y gestionar las emociones, de aprender a relajarse, de tener mejor autoestima, de ser más creativos, de aprender a superar retos, de conectarse con la naturaleza y de adquirir las bases sobre las cuales se consolidan todos los aprendizajes.

De niños, somos completos, lo tenemos todo. Luego con el paso del tiempo –entre otros factores– vamos olvidando quiénes somos y, de adultos, nos pasamos años intentando  recuperar el vínculo con nuestro ser interior. Creo que tanto el yoga como el chi-kung pueden contribuir a que los niños conserven esta conexión con su ser profundo (y a que los adultos se reencuentren consigo mismo). Luego, cada uno elige la disciplina que más le conviene, o elige otra actividad.

Son dos actividades que abarcan muchas más cosas: en una clase, tanto de yoga como de chi-kung para niños, jugamos e introducimos actividades de atención plena, psicomotricidad, danza, teatro, canto, dibujo, etc. Conservando el eje, ¡las posibilidades son infinitas!

Además de mi formación de profesora de chi-kung para adultos y luego para niños, donde conecté con mi niña interior y aprendí herramientas para presentar los movimientos en forma de juegos, participé en otra formación, esta vez de profesores de yoga para niños, con Yoguitos en Barcelona. ¡Nos pasamos tres días jugando, riendo y dándonos abrazos! Había en el ambiente una energía amorosa, que todos tenemos dentro y que expresamos cuando volvemos a nuestra esencia.

Durante esta formación, pasó una cosa divertida: cuando hacíamos los juegos de posturas y salió el árbol, los demás se pusieron a hacer el árbol de yoga (en equilibrio sobre una pierna, la otra doblada con el pie apoyado en el muslo de la pierna que toca el suelo, y los brazos encima de la cabeza, manos juntas) y a mí me salió naturalmente la postura del árbol del chi-kung: los dos pies anclados en la tierra, rodillas ligeramente flexionadas y brazos delante del pecho, como abrazando el tronco de un árbol. Cada vez que salían nombres de posturas, miraba primero cómo las hacían mis compañeros (que eran todos yoguis) y los imitaba, porque las posturas y hasta los animales son diferentes.

Un día en una de mis clases, hablé de la postura del árbol y ¡un niño se puso en postura de árbol-yoga! Le expliqué que en China, los árboles crecen un poco diferentes que en la India, no sé si se lo creyó…

Los talleres que propongo se caracterizan también (como los de yoga) por ser abiertos a la participación de las madres y los padres, con los talleres en familia. Me encanta ver cómo los padres entran en las propuestas y conectan rápido con el niño o la niña que llevan en su interior para jugar con sus hijos de igual a igual. Me emociona ver los ojos de sorpresa y entusiasmo de los niños y las niñas cuando miran a sus padres o sus madres jugar como críos, tirarse al suelo, hacer el león, gritar, reír. ¡Cuánta alegría compartida y contagiosa!

El chi-kung y el yoga para niños son también dos actividades que desarrollan entre otras cosas la creatividad de la persona que da la clase y, sobre todo, que se hacen con el corazón. Si mi intención no es “pura” y si no estoy totalmente presente, los niños lo perciben enseguida, no se les puede engañar.

Para terminar, diría que son dos actividades que no fomentan la competitividad sino la colaboración y que, en resumen, permiten a los niños y las niñas tener una mente más tranquila y un corazón más abierto. Y los niños de ahora serán los adultos de mañana. De modo que el hecho de que el sobre se llame “yoga” o “chi-kung” me parece que no es lo más importante.

Hay una frase, atribuida al Dalai Lama, que me gusta mucho: “Si le enseñáramos meditación a cada niño de ocho años, eliminaríamos la violencia en sólo una generación.”
Soy de las personas que opina que vale la pena probarlo.

 

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